BRASILIA— Brasil aspira a sostener su posición como potencia agrícola mundial sin seguir expandiendo su frontera sobre la selva amazónica. Con ese propósito, proyectos como Reverte promueven la recuperación de suelos degradados para destinarlos nuevamente a la producción, reduciendo la presión sobre los ecosistemas del Amazonas y del Cerrado.
El país sudamericano, uno de los principales productores globales de soja, maíz y algodón, enfrenta el desafío de compatibilizar productividad con conservación. En 2024, la deforestación alcanzó 1,2 millones de hectáreas, según cifras oficiales. Ante ello, productores, bancos y empresas tecnológicas impulsan nuevos modelos de agricultura sostenible, donde crecer no implique talar.
En el estado de Mato Grosso, la hacienda Biancon simboliza ese cambio. Con 45.000 hectáreas dedicadas a soja, maíz y algodón, sus dueños incorporaron 4.000 hectáreas degradadas al programa Reverte. Esas tierras, antes improductivas por la sobreexplotación ganadera, recuperaron su fertilidad gracias al apoyo técnico y financiero de Syngenta y del banco Itaú.
Syngenta aporta semillas, asesoramiento y tecnología; Itaú financia con créditos a largo plazo y tres años de gracia. La rotación de cultivos —soja, maíz y algodón— permite mantener la productividad sin agotar el suelo.
Recuperar tierras degradadas, señalan los productores, resulta más rentable que deforestar nuevas áreas y mejora la reputación ambiental ante los mercados internacionales.
El programa Reverte ya opera en 11 estados brasileños y ha logrado restaurar 277.800 hectáreas, según Syngenta Brasil. Su meta es alcanzar 1 millón de hectáreas recuperadas para 2030, lo que implicaría mantener millones de árboles en pie y reducir significativamente las emisiones del sector agrícola.
Brasil cuenta con unas 80 millones de hectáreas degradadas, de las cuales cerca de la mitad podría ser rehabilitada para uso productivo. En ese potencial radica la posibilidad de expandir la producción sin deforestar.
El país es el único capaz de realizar hasta tres cosechas anuales a gran escala, combinando rendimiento agrícola y sostenibilidad.
El Gobierno celebra una reducción del 50% en la deforestación en los últimos dos años, aunque el desafío persiste. La agricultura y la ganadería siguen siendo los principales motores de pérdida forestal, sobre todo en la frontera sur de la Amazonía.
Iniciativas como Reverte se perfilan como alternativas viables para equilibrar el crecimiento económico con la protección ambiental. Sin embargo, expertos advierten que el modelo solo podrá consolidarse si se amplía el acceso a crédito y asistencia técnica a pequeños y medianos productores.
La frase “Brasil alimenta al mundo” mantiene su vigencia, pero adquiere un nuevo sentido: producir más sin destruir. El reto pasa por replicar programas de recuperación de suelos, garantizar su rentabilidad y transformarlos en política pública.
Si lo logra, Brasil podría convertirse en ejemplo mundial de cómo combinar productividad agrícola con conservación ambiental, un modelo donde la selva y el desarrollo finalmente coexistan.
