El paro internacional en el Día de la Mujer rige bajo la consigna unificada de igualdad de género, con gritos de urgencia característicos en las distintas culturas y regiones del mundo.
Este 8 de marzo, mujeres de 57 países se adhieren al paro internacional que se organiza en esta fecha por segundo año consecutivo. “Si nosotras paramos, el mundo para”, es la frase que suena en movilizaciones a lo largo y ancho del globo. En la generalidad, se pide por la igualdad de derechos, el rechazo a los femicidios, la equidad en el mercado laboral y en la política, el aborto legal y seguro, y la distribución más equitativa de las responsabilidades de planificación familiar.
El movimiento se generó a partir de que un grupo de mujeres polacas decidiera parar, en octubre de 2016, como modo de protesta frente a un proyecto de ley que intentaba penalizar el aborto, incluso el espontáneo y el realizado en casos de violación. Luego de eso, el gobierno dio marcha atrás inmediatamente. Pero el hecho sembró una semilla a nivel global y, rememorando la huelga que protagonizó Islandia en 1975, cuando el 90 por ciento de las mujeres se adhirieron, se planificó un paro internacional para el Día de la Mujer 2017. Éste tuvo una gran repercusión y convocatoria, y este año se repite.
Además, durante 2017 las grandes cadenas de información se hicieron eco de las denuncias, antes invisibilizadas o acalladas, de la gran cantidad de trabajadoras del espectáculo, sobre todo de Hollywood, en materia de casos de acoso sexual y abuso de poder. Así nació el movimiento #MeToo que, por trascendencia mediática, alentó a que muchas más pudieran manifestarse en ese sentido, por agresiones contra el género que creían naturales por su cotidianeidad. Según la Entidad de la ONU para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer, una de cada tres mujeres en el mundo sufrió alguna vez de violencia física o sexual.
Pero en las diferentes regiones del mundo hay necesidades muy variadas. En Medio Oriente, por ejemplo, sigue vigente una identidad cultural fuertemente arraigada a conceptos patriarcales. En Irán, las mujeres cada miércoles se manifiestan al descubrir sus cabezas del velo que usualmente las esconde y corren el riesgo de ser detenidas. En Arabia Saudita, los hombres son tutores de sus hijas, hermanas o esposas. Es el único Estado del mundo donde aún está prohibido el registro de conducir femenino, aunque se habilitará en un par de meses. En Turquía, solo 81 de las 550 bancas de la Gran Asamblea Nacional son ocupadas por mujeres, y la participación femenina en el mercado laboral es de apenas un 27 por ciento, según la Asociación de Apoyo a las Mujeres Candidatas. Recep Tayyip Erdogan, el mandatario de esta nación, sostuvo reiteradas veces que el principal cometido de la mujer es ser madre, y que quienes renuncien a ello son “personas a medias”.
En muchos países de África es habitual la práctica de la ablación: la mutilación genital femenina. La libertad del cuerpo, allí, es uno de los principales puntos de lucha, y hay muchas ONGs que exigen a los gobiernos una mayor protección de las niñas, para que no sufran ese desprecio a la autodeterminación sexual. En Marruecos, donde según la ONU dos tercios del género femenino sufrió agresiones en espacios públicos, no se producen manifestaciones por la igualdad, debido al miedo a la detención policial. El Parlamento aprobó en febrero una ley contra la violencia de género, que contempla penas de prisión y multas ante casos de acoso sexual en la vía pública, pero “se sigue tratando el cuerpo de una mujer como si perteneciera a toda la sociedad”, según la socióloga Sanaa El Ají.
En India, la voz cantante en temas de género reclama por el cese de las violaciones, perpetradas muchas veces de manera masiva y en lugares público, sobre todo en Nueva Delhi. En Corea del Sur, los médicos que realicen abortos deben enfrentar condenas. Las principales exigencias pasan por la promulgación de leyes antidiscriminación y derechos laborales: que por el mismo trabajo, a ambos géneros se les pague igual.
En 2016 se registraron 1998 femicidios en Latinoamérica, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. En Honduras, más de 900 niñas quedan embarazadas por violación cada año, de acuerdo con datos de la ONG Somos Muchas. La educación sexual integral no está legislada en algunos de los países de la región. En los que sí lo está, como Guatemala y El Salvador, no se hace aplicación efectiva en las escuelas. En Panamá, entre enero y mayo de 2017, se conocieron 4.130 casos de embarazos de jóvenes de entre 10 y 19 años, según datos relevados por el Ministerio de Salud. Y, de acuerdo a un estadística del Fondo de Población de las Naciones Unidas, en 2015 ocho de cada diez niñas y adolescentes que quedaron embarazadas en El Salvador entre los 10 y 19 años, abandonaron la escuela. El aborto está penado bajo cualquier causal en éste último país, además de en Honduras y Nicaragua, aún en los casos en que la vida de la madre corra riesgo. En El Salvador se registran condenas de 20 años de prisión a mujeres que sufrieron abortos espontáneos.
En América del Sur, la consigna por la despenalización del aborto tiene mucho peso. En Argentina, se habilitó recientemente que el Congreso debata una ley de interrupción voluntaria del embarazo. En Perú se reclama por la atención a tiempo a las denuncias por violencia de género, igualdad en los derechos laborales y aplicación de métodos de enseñanza en las escuelas que inculquen paridad de derechos. Un pedido a nivel continental es el derecho al aborto seguro. En Uruguay ya existe esa legislación y, a partir de su aprobación en 2012, el país tiene la tasa de mortalidad más baja de América Latina. Pero los reclamos son incesantes porque a pesar de ello existen barreras y estigmatización para el acceso a los métodos abortivos. En 2015, y ya con la ley en vigencia, dos jóvenes fueron presas por interrumpir voluntariamente un embarazo.
En Europa, los principales focos son mayor equidad en el círculo político –las mujeres ocupan apenas el 35 por ciento de las bancas en el Parlamento regional, y un promedio del 29 por ciento en los nacionales–, igualdad salarial –en 2015, la paga a una mujer era 16,3 por ciento menor que la de un hombre para el mismo puesto laboral, y 23 por ciento más baja en puestos gerenciales, según datos de Eurostat– y el fin a la discriminación económica que genera el impuesto rosa. También los hechos de violencia tienen resonancia: se calcula que 18 de cada 100 mil mujeres fueron violadas en el continente en 2015, de acuerdo con los casos que fueron denunciados y llevados a juicio.
“Es la primera vez en toda mi vida que veo que un movimiento feminista se expande así, casi a la velocidad de la luz. Cada país se está enfrentando a su manera a todo esto”, aseguró la escritora francesa Virginie Despentes. El pueblo mundial femenino hoy sale a la calle a pedir respeto, capacidad de decidir sobre su propio cuerpo e igualdad de derechos y condiciones laborales: fin de la misoginia doméstica e institucional. Porque el Día de la Mujer será feliz cuando ya no se lo necesite como herramienta de lucha.