CARACAS.- A solo dos semanas del masivo apagón que paralizó el país petrolero del 7 al 14 de marzo, el peor de su historia, la pesadilla regresó. Amplios sectores del territorio de ese país están sin luz, sin agua, sin metro y sin conexión a internet o telefónica desde la tarde del lunes.
Como práctica vital para sobrevivir, muchos venezolanos acuden a las faldas de El Ávila, una cadena montañosa de casi 2.800 metros de altitud máxima que se impone en la capital venezolana. Allí se dirigen familias enteras con baldes y bidones, champú, ropa, platos y ollas sucias a tratar de obtener agua en los pequeños manantiales que allí se forman.
En Venezuela en general no hay sistemas de respaldo para mantener funcionando el bombeo de agua. Sin electricidad, no hay suministro.
Los comerciantes se vieron obligados a aumentar el precio del agua embotellada y de las bolsas de hielo, que llegan a costar entre 3 y 5 dólares, poco menos del salario mínimo en Venezuela, 18.000 bolívares cerca de 5,45 dólares. Los que tienen acceso a la moneda norteamericana, invaden los hoteles, que cuentan con plantas eléctricas.
Para conservar los alimentos, éste es el verdadero reto, aunque mucho más difícil es encontrarlos, ya que con los cortes de luz la mayoría de los comercios están cerrados. Muchos cubren la carne y el pollo con sal para que no se pudran, otros se desesperan al tirar comida en mal estado a la basura, en un país donde los alimentos escasean o resultan impagables gracias a la hiperinflación.
De por sí, los apagones en cualquier país generan caos, pero Venezuela sumida en una crisis socio-política, la situación se agrava cada vez que ocurren.
Según expertos, que desestiman las continuas denuncias del gobierno sobre ataques a la infraestructura por parte de la oposición y Estados Unidos, un profundo deterioro de los sistemas de respaldo, que podrían mantener en pie servicios básicos durante una emergencia, es el gran problema.
Mientras Nicolás Maduro y Juan Guaidó disputan el poder, es realmente el pueblo venezolano el que sufre las consecuencias de esta puja, un conflicto que afecta a toda la región y parece estar lejos de solucionarse, ya que la actual situación en Venezuela es un proceso de poco más de dos décadas y Guaidó no tiene la receta.