Sed de oro en el mundo consume la Amazonía peruana

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LIMA.— A orillas del río Madre de Dios, las balsas, como mosquitos, succionan el suelo día y noche en busca de oro. La minería ilegal avanza vorazmente sobre la selva amazónica en Perú, un gran productor mundial del metal precioso.

Mientras tanto, en el interior de lo que queda del bosque, crece el conflicto entre mineros que compiten por el oro en el frágil ecosistema de la frontera con Brasil y Bolivia. En Madre de Dios, en el sureste de Perú, la explotación es despiadada a pesar de los esfuerzos de las fuerzas del orden. Desde 2017, este departamento megadiverso de 180.000 habitantes pierde un promedio de 21.000 hectáreas de selva al año.

El precio internacional del oro se disparó en los últimos cuatro años, alcanzando en abril su máximo histórico. El apetito de los inversores ha incrementado la demanda del metal en Perú, el décimo productor mundial de oro y el segundo en Latinoamérica, según el Servicio Geológico de Estados Unidos.

Donde antes había vegetación, ahora hay profundos socavones inundados de agua color ocre, con balsas que succionan montañas de cascajo en busca de finísimas y valiosas partículas de oro.

«Los comuneros ya no pueden sembrar aquí su maíz, su plátano, su yuca, porque este terreno ya está prácticamente muerto», lamenta Jaime Vargas, líder indígena shipibo de 47 años y promotor de la reforestación de los «desiertos de cascajo» que deja la extracción.

A pesar de que la minería está prohibida en sus territorios, los indígenas conviven con los buscadores de oro que los han invadido, e incluso algunos trabajan con ellos. «Pero el responsable es el Estado, por su desorden» en el manejo de la minería, denuncia Vargas. La explotación desmedida, entretanto, desata enfrentamientos.

En Perú coexisten tres modalidades de minería: la formal, que ampara la ley; la informal, en proceso de legalización; y la ilegal. Los mineros ilegales son los mayores depredadores de la selva y su actividad financia el crimen organizado que se impone en zonas como La Pampa, un enclave sin ley cercano a una de las reservas ecológicas de Madre de Dios.

«Los mineros ilegales nos invaden por todos lados». Lucio Quispe, de 40 años, se expresa con más resignación que enojo. Horas antes de hablar con la AFP, sus dos hermanos, Robert y Reinaldo, fueron brutalmente atacados con machetes mientras delimitaban un punto de extracción con cintas rojas de peligro, presuntamente por mineros ilegales. Hasta mediados de junio, Reinaldo seguía hospitalizado en Puerto Maldonado, la capital del departamento.

Los Quispe explotan una concesión de 200 hectáreas a dos horas de la ciudad. Paradójicamente, el mismo Estado que les dio la autorización todavía no los reconoce como mineros formales. Las tres modalidades de minería se superponen y todas alimentan el mercado aurífero. En 2022, Perú produjo 96 toneladas de oro, pero se exportaron alrededor de 180 toneladas principalmente hacia Canadá, India, Suiza y Estados Unidos, según estadísticas oficiales.

«El 45% de lo exportado no cuenta con registros de producción», alertó la superintendencia que supervisa la banca peruana y coopera contra el lavado de activos. La OEA, en un informe reciente de su división contra la delincuencia organizada transnacional, apuntó al corazón del problema: tanto la minería informal como la ilegal han permeado el comercio del oro peruano. Estudios independientes sitúan a Perú como el mayor exportador de oro ilegal en Sudamérica, con el 44%, por delante de Colombia (25%) y Bolivia (12%), según el Instituto Peruano de Economía.

En 2010, Perú delimitó un corredor minero de 5.000 km² para proteger reservas de Madre de Dios como la de Tambopata y el Parque Nacional del Manú. Dentro de esa franja está permitida de forma excepcional la minería informal hasta el fin de este año. Desde 2016, cuando comenzó el proceso de legalización, las autoridades han extendido los plazos.

De los 9.000 inscritos hasta 2019, cuando venció el período de registro, solo 200 (2%) han obtenido licencia, según Augusto Villegas, director regional de Energía y Minas de Madre de Dios. En el corredor minero se extrae oro de aluvión, lo que implica remover grandes volúmenes de material para obtener la «perla o botón» amarillo, explica. Por cada 100 metros cúbicos de tierra se extraen alrededor de 10 a 15 gramos de oro, cuyo valor por gramo alcanza los 63 dólares. «Pero no se puede hacer tortillas sin romper huevos; no se puede hacer minería en Madre de Dios sin sacrificar el bosque», reconoce. Además, el mercurio se sigue empleando indiscriminadamente, a pesar de que el país suscribió un acuerdo internacional para reducir progresivamente su uso y de que en 2015 prohibió su importación, lo que estimuló el contrabando desde Bolivia.

Aunque la minería ilegal avanza sobre la selva, un grupo de pequeños productores apuesta por el «oro ecológico». Lucila Huanco dejó de usar mercurio hace tres años. Esta productora, que explota una concesión de 3.000 hectáreas cerca de la temida Pampa, reemplazó el mercurio por mesas gravimétricas, una técnica que emplea la gravedad para separar las partículas de oro de la arenilla.

Recuerda que tomó la decisión debido al sobreprecio que pagaba al único vendedor autorizado de mercurio, mientras los informales se abastecían del contrabando. «Es difícil ser formal en una tierra ilegal», resume. Una vez que comenzó a producir «oro ecológico», enfrentó problemas en el mercado. Su oro tenía un aspecto diferente del procesado con mercurio y los compradores locales le ofrecían menos. Entonces, logró un acuerdo para proveer a un cliente en Lima que le paga unos 70 dólares por gramo.

Rodeada de minería informal, Huanco se hartó del estigma: «Sinceramente, ya no quiero que nos pongan una etiqueta diciendo que nosotros somos contaminadores».