PEKÍN.— Aunque Donald Trump es difícil de superar cuando se trata de robarse el foco mundial, Xi Jinping demostró esta semana que también sabe montar un buen espectáculo.
En escenas que recordaron a una reunión familiar, el líder chino compartió bromas con algunos de los hombres fuertes más influyentes del mundo —incluyendo una charla improvisada con el ruso Vladímir Putin y el norcoreano Kim Jong Un sobre trasplantes de órganos e inmortalidad.
La imagen más llamativa, sin embargo, fue quizá la reunión a tres bandas entre Xi, Putin y el primer ministro indio Narendra Modi, en su primera visita a China en siete años. Más allá del simbolismo de verlos reír y darse la mano —e incluso a Modi paseando en la limusina de Putin—, la verdadera importancia está en el potencial de cambios económicos que podrían ayudar al mundo a resistir las amenazas de Trump de castigar financieramente a quienes desafíen a EE. UU.
Por ahora, el vínculo que los une gira en torno a la energía. Uno de los anuncios clave fue que Rusia alcanzó un acuerdo con China sobre el proyecto Power of Siberia 2, un gigantesco gasoducto que Pekín había postergado durante años porque no necesitaba ese combustible ni quería dependencia energética de su vecino. Aunque aún faltan detalles sobre precios, el avance sugiere una cooperación más estrecha. Al mismo tiempo, India dejó claro que seguirá comprando petróleo al régimen de Putin, algo que Trump ya apuntó con aranceles punitivos.
“Este es un punto de inflexión serio y significativo”, señaló Matthew Bartlett, exfuncionario del Departamento de Estado bajo la primera administración Trump. “Muestra que la seguridad energética es crucial para la seguridad nacional en el siglo XXI”.
La cordialidad exhibida en China plantea también interrogantes sobre las implicancias económicas, empresariales y estratégicas si estas tres naciones profundizaran su cooperación, aunque por ahora sea una posibilidad remota.
La alianza sino-rusa ya funciona como contrapeso a EE. UU., lo que llevó a Trump y otros miembros de su gobierno a advertir este año sobre sus riesgos. Sumar a India convertiría esa sociedad en un bloque formidable: los tres países, todos potencias nucleares, concentran un tercio de la población mundial, enormes recursos naturales y una capacidad industrial de primer nivel.
Hoy representan cerca de una cuarta parte del PIB global, frente al 5 % del año 2000, y China sigue acortando distancias con la tecnología punta estadounidense.
Aunque los obstáculos para una integración económica plena entre los tres son considerables, el uso de aranceles por parte de Trump para infligir daño económico abre la puerta a imaginar alternativas: desde construir sistemas que reduzcan la dependencia del dólar, ampliar oportunidades de inversión y buscar mecanismos para eludir sanciones y gravámenes de EE. UU. En Pekín, Xi y Modi incluso acordaron reanudar vuelos directos entre sus países.
“El axioma clásico de política exterior es unir a tus amigos y dividir a tus adversarios”, dijo el exsecretario del Tesoro Larry Summers en Bloomberg Television. “Hemos seguido políticas que han logrado unir a nuestros adversarios y dividir a nuestros amigos. Esto debería llevar a una reflexión seria de los estrategas de seguridad nacional de EE. UU.”
La idea de un triángulo estratégico euroasiático formado por Rusia, India y China se remonta a fines de los 90, cuando Moscú buscaba diversificar su política exterior más allá de EE. UU. y Europa. El proyecto tuvo dificultades para despegar, pero acabó derivando en el grupo BRICS, que luego incorporó a Brasil y Sudáfrica.
Ese bloque se ha ampliado con países como Indonesia y varios de Medio Oriente, y celebrará una cumbre virtual la próxima semana para debatir la política comercial de Trump.
Desde la invasión rusa a Ucrania, China se ha convertido en el socioeconómico más importante de Moscú, aunque cuida las formas para no parecer que respalda abiertamente la guerra. El gobierno de Xi también se ha mostrado más dispuesto a desafiar sanciones de Washington: la semana pasada recibió un cargamento de gas natural licuado del proyecto Arctic LNG 2, sancionado por EE. UU. y crucial para las ambiciones energéticas de Putin.
Bajo la administración anterior, EE. UU. imponía rápidamente sanciones a cualquier barco o empresa que intentara eludir restricciones sobre el GNL ruso. No está claro cómo reaccionará Trump, y la Casa Blanca no ha comentado al respecto.
Aún no se sabe si el acuerdo del gasoducto entre China y Moscú es más gesto que sustancia: no hay precio pactado, el gran escollo antes de avanzar. Pekín probablemente solo dará luz verde si Moscú acepta una tarifa cercana a la que pagan los consumidores rusos, según un informe del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia.

